Donald Trump (5440995138)

Donald Trump quiere volver al pasado. A través de un modelo de sustitución de importaciones e inyección de capital en proyectos de desarrollo infraestructural el nuevo Presidente promete restaurar la gloria de lo que fue la era industrial y manufacturera en los Estados Unidos de América. El gran problema que enfrenta su tamaña gesta mercantilista es que actualmente estamos en la era de la globalización, la información, el conocimiento y la democratización del emprendimiento. Dentro de ese contexto la economía estadounidense es líder mundial, pero se ha visto rezagada por escollos estructurales en el mercado laboral, deficiencias en el sistema de educación pre-universitaria y un crecimiento desmesurado del denominado welfare state o estado benefactor.

No obstante los escollos, los principales factores de producción en Estados Unidos siguen siendo la tecnología y el conocimiento. Esas son las dotaciones que posee en abundancia relativa al resto del mundo. Consecuentemente su economía debe enfocarse en la realización de actividades que utilicen los mencionados factores de manera intensiva. Incentivar actividades que utilicen otros recursos intensivamente sería netamente contraproducente. Indudablemente, unos pocos ganarían y la mayoría perdería al final del día.

Ante esto muchos se preguntarán cómo puede una política donde pocos ganan y muchos pierden triunfar en una democracia. La respuesta es simple. Una política de esa naturaleza prospera porque las muchas personas que pierden, pierden mucho, pero de a pocos. Al ser de a pocos que pierden, la pérdida suele pasar desapercibida en el corto y mediano plazo. Por otro lado la ganancia total de los que ganan es mucho menor que la pérdida total de los que pierden, pero como la ganancia se divide entre unos pocos termina siendo mucha para esos pocos que la degustan.  

“Bien”, dirá usted, “entonces dado que la pérdida de los muchos pasa desapercibida en el corto y mediano plazo, en el largo plazo los muchos despertarán y las cosas cambiarán”. Un despertar se puede dar y, de hecho, se han dado unos cuantos a lo largo de los años. Algunos se han traducido en cambios, pero lamentablemente, muchas veces los cambios en pro de la efectividad de los mercados se terminan revertiendo. “Y cómo se puede revertir un cambio causado por la mayoría”, inquiere la gente. Se revierte porque los pocos se organizan para hacer a la mayoría trizas y lo logran precisamente porque a pesar de que la mayoría se moviliza pocas veces se organiza de manera sistemática y sostenida para darle continuidad al cambio inicialmente logrado.

Por lo antedicho es muy probable que la política proteccionista y mercantilista de Trump prospere dentro del marco de lo inmediato y podría sostenerse por plazos medianos y hasta largos a medida que el nuevo Presidente bloquea importaciones a través de cuotas y aranceles para favorecer a la industria nacional estadounidense.  

En Latinoamérica se llevó a cabo algo similar cuando el economista argentino Raúl Prebisch fungía como director de la CEPAL a comienzos  de la segunda mitad del siglo pasado. Con el modelo conocido como sustitución de importaciones para la industrialización o ISI por sus siglas en Inglés, Prebisch aspiraba mejorar los términos de intercambio de las economías emergentes frente a las industrializadas. Considerando que los términos de intercambio se determinan dividiendo los precios de las exportaciones entre los precios de las importaciones, los países emergentes, argumentaba Prebisch, están en desventaja ante los países industrializados. Esto debido a que los emergentes exportan, en gran medida, productos primarios e importan productos terminados.

Evidentemente los productos terminados o industrializados tienen un precio mayor que la materia prima. Por lo tanto si los países emergentes exportan materia prima e importan producto final, los términos de intercambio serán desfavorables para ellos no solo por el mayor precio del producto final, sino también por la mayor elasticidad de la demanda de estos productos ante incrementos en el nivel de ingreso de los consumidores. ¿Qué quiere decir eso? Simple y llanamente que el consumo de productos con valor agregado sube mucho más que el de productos primarios ante incrementos en el nivel de ingreso del consumidor final. Por ejemplo, si una persona pasa de clase baja a clase media su consumo de ropa de algodón aumentará significativamente. Si antes tenía solo dos camisas de algodón ahora fácilmente querrá tener diez. Por otro lado, su consumo de algodón en estado primario o con poco valor agregado no sufrirá un cambio significativo. Utilizará básicamente la misma cantidad que utilizaba cuando pertenecía a la clase baja . . . al menos que tenga una obsesión con los hisopos y otros utensilios del kit de primeros auxilios.  

Considerando ese fenómeno de términos de intercambio desfavorables para los exportadores de productos primarios, Raúl Prebisch desarrolló el modelo antes mencionado para que a través del mismo países emergentes bloquearan las importaciones de bienes industrializados con el fin de desarrollar las industrias nacionales que se encontraban en “pañales”. Una vez dichas industrias maduraran lo suficiente las barreras a las importaciones se desmontarían y los países, tanto ricos como emergentes, competirían en igualdad de condiciones bajo tratados bilaterales o multilaterales de libre comercio.

Muy lúcido el argumento, pero en la práctica los industriales nacionales se quedaron en pañales. No maduraron, no echaron dientes y permanecieron bebiendo leche. La que le daba el Estado como subsidio para madurarlos, pero lo que hizo al final fue estancarlos en la puerilidad. Para financiar los subsidios que le otorgaban a los industriales nacionales bajo el modelo ISI, el Estado tomaba prestado los petrodólares que pululaban en la década del 70, pero de repente en los 80 entró en cesación de pagos y eso generó una crisis regional que se conoció como “La Década Perdida”. Durante ese periodo las tasas de desempleo se dispararon y el Producto Interno Bruto de varios países latinoamericanos decreció y el experimento de sustitución de importaciones para la industrialización como tal no resultó y se suspendió.

Con eso dicho volvamos a Trump y a su anacronismo de impulsar la economía estadounidense a través del proteccionismo. Entre otras cosas, Trump argumenta que países como China y México compiten deslealmente pagando salarios irrisorios, manipulando sus monedas y vendiendo sus productos por debajo del costo de producción para sacar a empresas nacionales del mercado. En el hipotético caso de que todo eso sea totalmente cierto, dichos países no pueden manipular sus monedas y hacer dumping de sus productos sosteniblemente en el mediano plazo. De modo que esas prácticas toman lugar de manera esporádica, no sistemática y mientras se ejecutan Estados Unidos se beneficia al comprar productos a precios increíblemente bajos.

“Pero eso resulta en un déficit comercial para Estados Unidos” dirá la actual Casa Blanca. Sí, pero eso no es necesariamente negativo para Estados Unidos porque los otros países que tienen un superávit comercial terminan invirtiendo parte significativa de ese excedente en la economía estadounidense. Esto lo evidencia la inmensa cantidad de inversión extranjera directa que recibe Estados Unidos por parte del resto del mundo. Nada más en 2015 dicha inversión superó los 350 mil millones de dólares. De más está decir que la ejecución de una política proteccionista á la Trump afectaría negativamente ese nivel de inversión.

Prebisch quiso proteger a las industrias infantiles en pañales de su región con un modelo de sustitución de importaciones que no funcionó. A qué infantes busca proteger Trump si ya le economía estadounidense se industrializó hace muchas décadas atrás. ¿Qué quiere hacer el hombre más poderoso del mundo? ¿Reinventar la rueda? ¿Re-industrializar a Estados Unidos de América con un modelo desfasado y con fracasos econométricamente documentados? Eso sería llover sobre mojado; como tratar que un plátano maduro retorne a verde.