El arrojo es la marca distintiva del emprendedor resuelto a desarrollar su emprendimiento exitosamente. Persuadir, inquirir y servir es cual respirar en su diario discurrir. Poniendo su dedo en el pulso de las necesidades,  aspiraciones y capacidades de la gente se convierte en agente de cambio con transformación impactando positivamente a la presente y subsiguiente generación.

Actualmente, sin embargo, hay muchos emprendedores emergentes que no se atreven a dar el paso, a tocar la puerta,  a superar el fracaso utilizándolo como peldaño a un mayor y mejor destino preñado de éxitos fecundados por desatinos. La inseguridad parece a veces permear en emprendedores jóvenes y maduros cohibiendo su potencial empresarial por temor al qué dirán si fracaso, si tropiezo, si me ven con un yeso y así con uno y mil pretextos se abandonan maravillosos proyectos.

He conocido a personas con inefable talento que no se atreven a dejar que el mismo brille y trille por caminos de éxito; no se atreven porque saben que dicho camino se pavimenta muchas veces con sangre, sudor y lágrimas. Bien se establece en las Sagradas Escrituras, en el libro de Salmos, capítulo 126: Irá andando y llorando en que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo trayendo sus gavillas.

La siembra puede estar acompañada de dolor, pero la cosecha trae consigo gozo, alegría y bendición. Ahora, no se puede tener una cosa sin la otra, así como no hay premio sin prueba no hay siega sin siembra. Por eso es preciso perder la vergüenza que nos refrena de ejercer influencia más allá de las vanas apariencias.

Con los años he aprendido que emprender es más que vender una imagen. Emprender se trata, más bien, de hacerse vulnerable para conectar con la gente más que de mente a mente, de corazón a corazón. Esa visión del emprendimiento lleva emparejada consigo mucho dolor, pero es la que permite la más plena expresión de amor y pasión en aquello que hacemos con sin igual devoción. De manera que no me avergüenzo del emprendimiento que se practica sin vergüenza, con el corazón al descubierto pues es el que nos da el poder de hacer posible lo imposible y visible lo invisible transformando lo malo en bueno y lo bueno en algo mejor hasta llevarlo a su máximo esplendor.