En la temporada navideña celebramos el nacimiento del Verbo hecho carne; el emprendimiento más transcendental en la historia de la humanidad. Dicho suceso desató un proceso creativo-destructivo de carácter superlativo en la mente, alma, cuerpo y corazón de cada individuo. Lo caracterizo como tal sobre la base de que el nacimiento, muerte y resurrección de nuestro Señor creó una estructura relacional directa, personal e incondicional entre Dios y el hombre. Destruyendo los obstáculos intrínsecos y extrínsecos que imposibilitaban una relación íntima con su Creación, Jesucristo habitó entre nosotros como el emprendedor más vanguardista y radical de todos los tiempos, rasgando el velo del templo y dándonos pleno acceso al trono de la gracia.

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Con un evangelio preñado de oxímoron donde a veces se gana perdiendo y se vive muriendo, nuestro Señor marcó un antes y un después poniendo al derecho el revés que se documenta en Génesis 3. Análogamente nuestra misión como emprendedores se casa con la esencia del Evangelio cristiano pues, como Jesucristo, buscamos ser el puente entre la necesidad y la solución; entre la oferta y la demanda.

Si bien es cierto que todos buscamos ser los héroes y heroínas que salvan el día, muchas veces no sabemos lo que conlleva fungir en dicho rol. En una ocasión Santiago y Juan le pidieron al Señor Jesucristo que les permitiese sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda en el esplendor de su gloria. El Señor replicó diciendo "no sabéis lo que pedís . . . el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado."

En otras palabras los honores y grandes oportunidades no se granjean a pedir de boca, sino a través del sacrificio y la preparación. Pero a qué tipo de preparación y sacrificio se refirió el Señor Jesucristo. Él mismo le despejo toda duda sobre el particular a Santiago, Juan y toda la humanidad cuando dijo "el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos."

Es entonces el espíritu emprendedor esbozado por Jesucristo uno que antepone el amor y el servicio sobre el reconocimiento y las riquezas que tantas veces nos ciegan a la importancia de aferrarnos a aquellas cosas que el dinero no puede comprar y la muerte no se puede llevar. De manera que emprender en el sentido Cristiano se trata más bien de saber desprendernos de lo vano y perseguir nuestro propósito altruista con corazón en mano.

Sea cual sea la convicción de cada uno, la encarnación de Dios en Jesucristo repercute positivamente en la vida de todos brindándonos el regalo de redención que nos permite ser mejores emprendedores y precursores de un futuro promisorio. Por lo tanto, parafraseando al Apóstol Pablo, en lo que queda de este año, en el próximo y subsiguientemente, no nos conformemos al patrón de este mundo que tiende a desplazar lo importante con lo urgente. Por el contrario, renovemos nuestras mentes y miremos más allá de lo bueno para lograr lo excelente.

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