Canyon Christian Ridge Church Cross

Lo que Israel obtuvo cuando recibió la ley fue, si se quiere, un mapa que indicaba el camino al más grande de los tesoros (perfecta comunión con Dios). Sin embargo, siendo ese camino completamente santo, ningún hombre tenía los recursos para caminarlo debido a que el pecado nos había dejado a todos totalmente lisiados. En ese sentido, el cuarto mandamiento es una señal que apunta a la sustancia con y en la cual el hombre experimentaría el perfecto descanso. Esto no en base a obrar según la ley pues para ese particular no tenemos los recursos en nuestro haber. Sino en base a la gracia inmerecida que nos otorgó el Autor de vida cuando se entregó como oveja al matadero en aquel momento cuando clavó todas nuestras culpas en el madero. En ese momento, cuando Cristo - la sustancia - consumó el sacrificio, la ley ceremonial, eso es la señal, quedó derogada; en ese momento el velo del templo se rasgó en dos, dándonos franco acceso al trono de la gracia donde podemos disfrutar del perfecto descanso, en perfecta comunión con Dios Padre, sobre la base de la justicia de Cristo que en nosotros fue imputada.

Antes de que ese momento tomara lugar, el cuarto mandamiento y todos los sacrificios ceremoniales que el mismo trajo emparejado consigo constituyeron una señal que apuntaba directa y únicamente a Cristo. Ya Cristo llegó y con su sacrificio la señal y el aparataje ceremonial se esfumó. De modo que si somos recipientes de los beneficios de ese sacrificio suficiente y definitivo, no tenemos por qué operar bajo la señal de un pacto antiguo pues vivimos en el marco del Nuevo Pacto cuyo sello es la redención representada en la resurrección de nuestro Señor. Por ello, así como los primeros cristianos, nosotros nos reunimos como Iglesia el primer día de la semana; el día en el que Jesús, habiendo vencido al pecado en la carne, resucitó glorioso y victorioso para encomendar a su Iglesia la tarea trascendental de proclamar las Buenas Nuevas en cada rincón del planeta Tierra.

Los cristianos adoramos a Dios el primer día de la semana, no como un sustituto del sábado, sino como una ocasión totalmente nueva para adorar a Dios. En el primer sábado de la historia Dios estableció el patrón para que lo adoráramos como Creador. A partir del decálogo, particularmente con la observación del cuarto mandamiento, el pueblo de Israel conoció a Dios no solo como Creador, sino como Juez y Legislador; Legislador de leyes perfectas y Juez de juicios estrictamente justos ante los cuales los injustos – nosotros -recibirían, con toda seguridad, la pena de muerte. Con Cristo, Dios se le revela a su pueblo como Redentor y lo hace resucitando a su Hijo unigénito de los muertos un domingo. Por esa razón el domingo es, como lo llamamos en la tradición cristiana, el Día del Señor en el cual adoramos al Dios Creador y Legislador como Salvador de pecadores receptores de su amor incondicional y purificador.  Este glorioso día no ha de ser visto como uno que hace las veces del séptimo día del cuarto mandamiento, sino la señal o, más bien, la sustancia del Nuevo Pacto que instauró una dinámica radicalmente diferente entre Dios y su gente.

 

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