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A diferencia de lo que se podría llamar la economía de la extracción, la economía de la información se construye sobre la base de la creación. La de la extracción, por su parte, así como lo sugiere su nombre, se desarrolla a costas de extraer una riqueza preexistente con el fin de comercializarla sin transformarla en productos de valor agregado. 

En su libro “Por qué fracasan los países” los economistas Daron Acemoglu y James Robinson cuentan cómo los españoles y los portugueses conquistaron lo que podrían ser considerados como los territorios más codiciados del continente americano. Entiéndase México, el Caribe, Centro y Suramérica. 

Los ingleses, franceses, alemanes y holandeses, en cambio, comenzaron a asentarse en lo que hoy conocemos como Nueva Inglaterra en la costa este de los Estados Unidos. En comparación con las zonas del continente que estaban bajo el dominio de los ibéricos, en Nueva Inglaterra no había mucha riqueza para extraer. Además de esto, las condiciones del tiempo durante el invierno exacerbada la dificultad de desenvolvimiento de esos primeros asentamientos. Sin embargo, aquellos europeos que allí se establecieron hicieron de tripas corazón y como en aquella tierra no había riqueza para extraer comenzaron a emprender. Es decir, a crear riqueza a través del trabajo duro y la aplicación de su inteligencia. Así inició el desarrollo de un sistema inclusivo de generación de riqueza en esa parte del continente que hoy conocemos como Canadá y Estados Unidos de Norteamérica.

¿Es perfecto ese sistema? De ninguna manera. A través de la historia vemos como no se ha honrado la esencia de la estructura democrática de libre empresa y, consecuentemente, en varias instancias se han abusado y excluido a miembros de ciertos segmentos de la población, especialmente de la demografía nativa y afro-americana. No obstante, es imperioso reconocer que los cimientos de la mencionada estructura han probado ser los más idóneos y confiables para la construcción de sociedades prósperas e incluyentes donde el que quiere progresar puede hacerlo independientemente de su creencia, apariencia y/o procedencia.

A diferencia del sistema extractivo que se instauró en los territorios americanos conquistados por los reinos de Castilla y Aragón, el creativo que predominó en las demarcaciones tomadas por Inglaterra y demás países de Europa continental se caracterizó por el establecimiento de instituciones sólidas cuyo objetivo primordial era y sigue siendo fomentar el crecimiento. De estas demarcaciones es preciso exceptuar a Jamaica y Haití, países que, a pesar de haber sido conquistados por Francia e Inglaterra, al día de hoy siguen siendo países sub-desarrollados no por haber abrazado el sistema de creación, sino por haberlo rechazado y, en cambio, haber practicado la extracción y la corrupción, comprometiendo así desarrollo de su demarcación.

Ahora, ¿no fomenta el sistema extractivo el crecimiento de sus estructuras económicas? Desde luego que sí, pero lo hace en pro de un grupo selecto; selecto no necesariamente por mérito, sino por privilegios y parentescos con aquellos que ocupan u ocuparon oficinas de poder para extraer riquezas preexistentes; grupo que crece y se establece por medio de la explotación de una masa con poca educación a la cual amedrentan con facilidad y manipulan con irrisorios pedazos de pan.

Por su parte, el sistema creativo no se vale primordialmente de riquezas preexistentes. Por el contrario, se desarrolla sobre las ruedas del conocimiento que trae emparejado consigo el desarrollo de nuevos emprendimientos de alto valor agregado y con mayor estabilidad y margen de ganancia en los mercados. Mayor que la que tienen los commodities de los cuales viven gran parte de los ciudadanos de países cuyos sistemas son eminentemente extractivos. Dichos commodities, cabe señalar, no son otra cosa que productos primarios con una baja elasticidad de la demanda e incapaces, por sí solos, de causar un efecto multiplicador que ocasione, a su vez, un proceso de crecimiento hacia el desarrollo balanceado y sostenible en el largo plazo.

Dicho esto, no me cabe la menor duda que el deseo de la mayoría de los actores de economías emergentes es que el sistema que predomine en nuestros países sea uno de creación y no uno de extracción. ¿Qué necesitamos para ello? Nada más y nada menos que un cambio de enfoque; de lo personal a lo colectivo: del cortoplacismo al largoplacismo; de cantidad a calidad; de la apariencia a la esencia; de lo tangible (riqueza física) a lo intangible (conocimiento); del presidencialismo al institucionalismo; de lo terrenal a lo trascendental. Con un cambio irreversible de enfoque en el predicho orden sentaríamos las bases para el establecimiento de un sistema creativo que redundaría en un mejor futuro para nuestros hijos. En cambio, si nos estancamos en el enfoque actual tanto nuestro potencial creativo como nuestro sistema político-democrático se atrofiará y las generaciones futuras por eso nos condenarán. “Y qué importa eso si para ese entonces ya estaremos muertos”, dicen los ineptos prevaricadores que extraen y no crean y a la sociedad con sus mentiras envenenan. Ante esa ruin declaración de los que a dentelladas se parten la nación, mi corazón se congoja y le pide a Dios misericordia para nuestro país que fue fundado sobre el fundamento de su Palabra y con una bandera cuarteada que a los cuatro vientos la declara. Que nos libre el Todopoderoso de estar bajo el dominio de líderes públicos y privados que no honren su creación y ocupen sus manos en la práctica de la extracción a expensas del buen mayordomeo que merece y demanda nuestro pueblo.

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