Jonathan D'Oleo ante cooperativistas RD

En el mundo actual emprender, compartir y colaborar es fundamental para el ejercicio de la vida como tal. Esto para no quedar en la marginalidad a medida que el proceso de automatización reemplaza tanto al obrero como al profesional elevando así las tasas de desempleo y subempleo a un nivel descomunal tanto en economías emergentes como en países ricos de Asia y de Occidente.

Hoy por hoy, de hecho, un número exorbitante de empleos corren el riesgo inminente de desaparecer por completo. Tanto así que Mckinsey & Company, la prestigiosa firma consultora estadounidense, publicó en un reciente estudio que el 49% de los oficios en EEUU pueden y están siendo reemplazados por máquinas altamente inteligentes.  A pesar de este fenómeno global de carácter virtualmente indetenible, el consumidor, trabajador y productor individual de gran potencial no se actualiza, se organiza y crece estratégicamente en el nivel y en la medida en que debería.

Esto sucede, en parte, porque el individuo permanece socialmente aislado, con poco capital, limitado know-how empresarial y sin acceso a infraestructuras que estén a la altura de las exigencias del mundo contemporáneo; mundo el cual todos habitamos, pero no todos están participando cual ciudadanos empoderados. Lamentablemente, muchos languidecen en el mismo cual si fuesen residentes foráneos por no estar conectados, trabajando colaborativamente y actualizándose con las informaciones que marcan la gran diferencia entre la mediocridad y la excelencia.

Entretanto caminamos en el valle de la diligencia o de la negligencia, la corriente tecnológica-industrial a gran escala arremete, sacando de su empleo a todo ente que se duerme en sus laureles. A todo aquel que se auto-encarcela con las cadenas de un sistema que monopoliza su tiempo y su pensamiento, sumergiéndolo en el estupor y la monotonía, condicionándolo para operar según lo que establece la ley del mínimo esfuerzo, del “si no me mandan, no lo hago”, del “como esto no es mío, no me importa un pepino”. Por otro lado, hay algunos que el sistema los lleva al otro extremo del espectro, engañándolos de modo que se rijan por la filosofía individualista del “yo solito puedo, solo yo el dueño, de mi dependo, de mi propio esfuerzo . . . y el empleado que le doy trabajo es solo un medio y como tal lo trato; le pago lo mínimo, le saco lo máximo y si se pone caro lo desecho y lo reemplazo”.   

Ante este predicamento de la actualidad, surge la necesidad del cooperativismo como fuerza correctora y optimizadora en el proceso de trasformación que trae emparejada consigo la dinámica de mercado de innovación tecnológica y su consecuente desplazamiento del modus vivendi de cientos de miles de individuos. Individuos que son personas sobre cuyos hombros descansa la esperanza de familias y comunidades las cuales, a su vez, son el presente y el futuro de un mundo que sin colaboración y asociación tiene un aspecto claroscuro. Para las grandes mayorías, menos claro y más oscuro.

Es por eso que hoy más que antes las entidades cooperativistas deben asumir el reto de penetrar el mercado con mayor profundidad y no conformarse con el éxito que han tenido en la primera década y media de este siglo vigésimo primero. ¿Cómo hacer esto? Entre otras cosas, empoderando a la sociedad con conocimiento en lo que respecta a su modelo de aglutinamiento que gira en torno al propósito de entender y atender las diversas necesidades y potencialidades sociales que pululan en nuestras comunidades.

Cabe señalar que dicho modelo comprende no solo el aglutinamiento de capital pecuniario. También cohesiona el talento, intelecto y experiencia individual para poder alcanzar escalas eficientes y efectivas en todos los eslabones de la cadena de valor. Esto es en el consumo, producción, comercialización y distribución de bienes y servicios.

Penoso es el hecho que, por el simple desconocimiento de este modelo colaborativo de aglutinamiento creativo y productivo, profesionales de gran talento y preparación terminan en el subempleo, desarrollando labores muy por debajo de su capacidad. Miembros de la clase obrera, por su parte, también se mantienen aislados y ante la inseguridad laboral que ha generado la dinámica tecnológica-industrial en el orden global, terminan desertando la fuerza laboral. Algunos de ellos se insertan en el sector informal, mientras otros terminan en un estado de indigencia que atenta contra su propia existencia y dignidad como ser social.

Lejos de menoscabar el progreso tecnológico-industrial de estos tiempos, el cooperativismo busca fomentar el aprovechamiento de dicho progreso, pero para todo el pueblo y no para un grupo selecto. A través de la síntesis de los muchos poquitos que tienen individuos con bolsillos relativamente chiquitos, el modelo cooperativo posibilita la generación de muchísimo valor para los que participan en tal gesta de cooperación. De modo que, en el cooperativismo, de lo poquito sale lo muchísimo.

Por tanto, considerando el antes descrito fenómeno tecnológico-industrial, el consecuente desbarajuste social y la solución, ya sea parcial o total, que ofrece el modelo cooperativista al ser humano promedio de la actualidad, es preciso que el individuo tome agencia y convierta lo poquito en muchísimo sumándose a una cooperativa moral e integral que se case con su visión social-empresarial. Así, yo creo, podemos forjar una mejor sociedad, beneficiando concomitantemente tanto al individuo como al colectivo.  

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