Jonathan D'Oleo

Actualmente se habla mucho de relevo generacional a nivel político, empresarial y eclesial. Dado el estado de cosas en la sociedad en sentido general, cambios son indiscutiblemente necesarios. Pero no cambios por el solo hecho de cambiar, sino unos que renueven, dinamicen, profundicen y expandan el sentido moral y ético del ciudadano promedio al tiempo que lo dota de herramientas para agregar valor, generar riqueza y criar familias con dignidad y con entereza. Para lograr dicha gesta es preciso establecer un empalme generacional y no un mero relevo donde se puede caer la antorcha por accidente o intencionalmente.

Ese empalme requiere, indispensablemente, del entendimiento y aplicación de una noción de Perogrullo. Aquella que no reconocemos por ínfulas de autosuficiencia o por temor a poner en evidencia nuestra ignorancia o limitada inteligencia. Y esa noción, o, más bien, esa verdad rotunda e inexorable es que, así como el viejo necesita al joven, el joven necesita al viejo. Uno tiene el potencial, otro tiene la experticia. Uno tiene la energía, otro la sabiduría. Uno la facilidad con la tecnología, otro el capital social y financiero para madurar ideas, llevarlas a la práctica a gran escala y generar ganancias, no de la noche a la mañana, sino a través de procesos que toman tiempo y requieren de un conocimiento que no se adquiere con un simple “googleo”.  

Entendiendo esto, el joven no debe buscar desplazar al viejo. De la misma manera, el viejo no debe tener en poco la juventud del joven enajenándolo de espacios de influencia y de autoridad. Por el contrario, el viejo debe darle al joven la oportunidad de madurar a medida que entrelaza su capacidad para innovar con la experiencia, la ecuanimidad y el aplomo de un veterano probado y debidamente validado.  

Ese enlace generacional disminuiría el riesgo y aumentaría la probabilidad de éxito en la dinámica de emprendimiento en todos los aspectos del espectro existencial. Tal alianza, de hecho, fomentaría la creación de lo nuevo sin canibalizar la conservación de los valores que han posibilitado el progreso acumulado a través de los tiempos.

No obstante, la brecha generacional como que se ensancha cada día más. Los viejos, por un lado, están reacios a ceder. Los jóvenes, por el otro, parecen continuar conectados al cordón umbilical de la dependencia. Un grupo se mantiene estancado en el canal de parto por miedo a salir a un estado de independencia el cual es la antesala de la interdependencia que le da trascendencia a la vida del ser humano. Esto a medida que el individuo establece familia, desarrolla negocios y se abre espacio en la política para servir a la Patria y honrar a su Creador siendo un buen mayordomo y líder-servidor.

El filósofo italiano Antonio Gramsci dijo que las crisis históricas toman lugar “cuando hay algo que está muriendo, pero no termina de morir y al mismo tiempo hay algo que está naciendo, pero tampoco termina de nacer”. Si bien esta tesis parece encajar con el predicamento antes descrito, estimo que el empalme generacional que mediante este escrito prescribo no se trata de nacer o de morir necesariamente. Se trata, en cambio, de perpetuar y continuamente mejorar nuestro modo de crear e interactuar para beneficio de todos en la sociedad.

Sin embargo, hay quienes insisten e insistirán en diagnosticar el escollo generacional de la actualidad según lo que establece la predicha tesis Gramsciana. Así lo hicieron Hugo Chávez, Fidel Castro y Joseph Stalin en otro contexto. Los que se remiten a aquel argumento dialéctico en este tiempo lo hacen con el vil propósito de crear una crisis donde no la hay y así dividir y malograr el potencial de este denominado empalme generacional. Entretanto, los doctores del engaño malversan los recursos y talentos del niño, del viejo y todo aquel que está de por medio. Y eso . . . eso no lo deben aguantar más nuestros pueblos.

Por tanto, es hora de que le pongamos freno al susodicho veneno contrarrestándolo por medio del aglutinamiento de intereses diversos encausados en la unidad de la verdad y de los esfuerzos que se traducen en progreso para toda la humanidad. Así, empalmemos generaciones, resolvamos divisiones y echemos a un lado a cualquiera que pretenda avanzar a través de usurpaciones; de vejaciones que corroen las riquezas de nuestras naciones y adulteran la visión de los próceres que las fundaron y del yugo de servidumbre foránea las emanciparon.  

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