Maquiladora

Para el emprendimiento y el crecimiento, lo que nuestra región necesita es transferencia de conocimiento. No una pura y simple inversión en una planta de producción que reclute a cientos de trabajadores para realizar labores monótonas y repetitivas que dejan sus mentes peligrosamente desnutridas. 

“Pero generan empleos y salarios que le sirven al trabajador para su sustento”, dirán algunos. Sí, es verdad, digo yo, pero la labor especializada en una planta de producción no está diseñada para el crecimiento profesional del trabajador. Pues su fin es sacarle hasta la última gota de sudor y cuando no dé más o demande de más, reemplazarlo por otro que haga el trabajo por un precio más barato. 

Siempre y cuando la mano de obra barata sea el principal aliciente para la infusión de capital extranjero, la inversión será cortoplacista y cuando se vaya el inversor no necesariamente dejará al país que lo hospedó en una mejor situación. 

Consideremos que, en varias ocasiones, los incentivos que se aplican para atraer inversión extranjera directa están en el orden de bajos estándares laborales, medioambientales e irrisorias tarifas fiscales. Dado el hecho que esos mecanismos pueden ser copiados fácilmente por cualquier país, el inversionista extranjero opta por invertir en la nación con los estándares fiscales, laborales y medioambientales más bajos. 

Los países en desarrollo, por su parte, compiten uno con el otro sobre la base de quién flexibiliza más las exigencias de dichos estándares para acaparar un mayor nivel de inversión extranjera. Esto, en suma, desencadena una desenfrenada carrera a través de una espiral descendente que enriquece al inversor y erosiona la capacidad productiva de la región en el mediano y largo plazo. 

¿Cómo se erosiona la producción bajo esa condición? Con el deterioro del medioambiente emparejado con la inexistencia de mano de obra calificada y una infraestructura sofisticada que nos permita agregarle valor a la materia prima que pulula en nuestras tierras, en nuestros montes, ríos, playas y cordilleras. 

Para revertir el círculo vicioso de atraer dinero para negocios que, a fin de cuentas, comprometen nuestro desarrollo, lo que necesita nuestra región es incrementar la formación técnico-profesional del ciudadano latinoamericano como tal. Esto para lograr un crecimiento de carácter balanceado, integral y sostenido. Más aun, nuestras sociedades demandan fortaleza institucional y líderes que modelen la ética y la moral a carta cabal. 

Bajo esas condiciones podremos atraer una mejor y mayor calidad de inversión que redunde en beneficios sostenidos para la presente y subsiguiente generación de trabajadores y emprendedores que habitan en los países de nuestra región. 

Para avanzar en esa dirección necesitamos atraer, más que dinero, conocimiento y experticia de profesionales con experiencia de trabajo en países desarrollados. Profesionales que se asienten en Latinoamérica y trabajen mano a mano con el latinoamericano, enseñándole a cómo despuntar en el área industrial y utilizar el crecimiento para mejorar su realidad social. 

Para algunos esto sonará neocolonial. Pero agradecería no me malinterpreten y consideren lo que países como los Emiratos Árabes, Japón, Corea del Sur y Singapur han logrado en el área académica, gubernamental y de desarrollo empresarial trabajando en calidad de socios con inversionistas y consultores con formación y experiencia en tierras foráneas y desarrolldas. 

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