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En las ciencias económicas, el intercambio comercial se predice según la ley de gravedad. Mientras más grandes sean las economías y menor la distancia entre ambas, mayor será el volumen de intercambio comercial que tomará lugar entre ellas. Considerando el factor distancia, las economías de la región del Caribe, Centro y Suramérica están muy bien posicionadas para comerciar con Estados Unidos de Norteamérica. Nación que, a pesar del surgimiento de otras súper potencias, sigue siendo el polo económico de mayor preponderancia en la economía global. 

Lamentablemente, dicha ventaja geoeconómica de los países de nuestra región no ha sido estratégicamente aprovechada. Consideremos que para el año 2016 la totalidad de exportaciones de la zona hacia la economía estadounidense estuvo apenas unos 15 mil millones de dólares por encima a la de Japón. “No está mal entonces”, dirán algunos, argumentando que Japón es una economía desarrollada con una muy alta capacidad tecnológica e industrial. Y, ciertamente, en primera lectura parece no estar nada mal, pero las regiones del Caribe, Centro y Suramérica comprenden una extensión territorial de más de 20 millones de kilómetros cuadrados y una población total que sobrepasa los 550 millones de habitantes. Esto, mientras que Japón tiene un territorio de menos de 400 mil kilómetros cuadrados y una población de 127 millones de habitantes. Más importante aún, Japón está a 10,000 km de EEUU y guarda una diferencia de horario de entre 13 y 16 horas con Norteamérica.

Es verdad que el tamaño de la economía japonesa es avasallante con un Producto Interno Bruto en el orden de los 5 trillones de dólares. Pero, aun así, el Caribe, Centro y Suramérica, son vecinos inmediatos de EEUU, con Cuba a solo 154 kilómetros. En cuanto a horario, las variaciones son de solo entre 0 y 3 horas.

Entonces ¿por qué los países al sur de México no tienen un mayor volumen de intercambio comercial con Estados Unidos? Las razones son varias. Entre ellas el bajo nivel de infraestructura capital que tienen la mayoría de los países que conforman la región en cuestión. Pero más allá del tema económico en sí, inciden factores ideológicos, educacionales, culturales, morales e institucionales que juegan un rol determinante en la fuerza o debilidad comercial de un país.

En el caso específico de la región del Caribe, Centro y Suramérica, la debilidad institucional es uno de los factores que más compromete el desarrollo económico. A partir de la misma se afectan, entre otras cosas, la seguridad jurídica, la calidad del sistema de educación y la salud de los mercados financieros. ¿Y de dónde surge la debilidad institucional en primer lugar? Del carácter moral, capacidad intelectual y de liderazgo de quienes conforman las instituciones, así como del sistema clientelar a través del cual las mismas operan.

¿Cuál es la solución?

Si bien una solución satisfactoria no se conforma de una sola cosa, algo que marcaría la gran diferencia sería la instauración de un sistema meritocrático integral al estilo Weberiano. Uno que despolitice la administración de la cosa pública y sustituya la dinámica clientelar para así sanear la estructura institucional y eliminar los cuellos de botella que no permiten que las reformas fluyan, las empresas se constituyan y la inversión extranjera directa se sienta como en casa, segura y sin preocupación de marañas.

También es importante que los países de la región actúen, en la medida de lo posible, de manera integrada y no de forma fraccionada. La integración y la concertación es, realmente, la única forma de incrementar de manera substancial el peso económico de nuestros pueblos. Individualmente la mayoría de nuestros países no alcanzan las escalas mínimas suficientes para ser competitivos en el terreno de juego internacional en el largo plazo. De modo que, para despuntar, necesitamos hilvanar cadenas de valor en actividades que utilicen de manera intensiva los factores que tenemos en abundancia relativa. Esto, al tiempo que invertimos sistemáticamente en nuestra capacidad de agregar valor a materias primas para así mejorar nuestros términos de intercambio con el resto del mundo.

Históricamente los esfuerzos por un mayor grado de industrialización e integración económica en la región han estado saturados de ideologías políticas, muchas de ellas anti-mercado en cierto grado. El modelo de sustitución de importaciones (ISI), la estructura de unión aduanera del Mercosur y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), son algunos ejemplos.

De más está decir que si queremos avanzar y capitalizar las oportunidades del momento y crear un futuro próspero para nuestro sustento, debemos abandonar esos modelos anacrónicos y abrazar los despolitizados que generan resultados. Modelos económicos como el de Singapur, Corea del Sur y Hong Kong, adaptados a nuestra realidad económica y social a nivel regional.

La constante en el modelo gravitacional de intercambio comercial es la distancia. Eso lo tenemos a nuestro favor en torno a Estados Unidos, el centro principal de gravedad comercial en la actualidad. La variable en el modelo gravitacional es el tamaño del PIB y ese factor lo podemos mejorar extraordinariamente si nos ponemos a trabajar diariamente en la educación, sofisticación, depuración e integración de nuestras fuerzas productivas.

Actualmente el PIB total de los países del Caribe, Centro y Suramérica suma unos 9.5 trillones de dólares, casi el doble del Japón. Sin embargo, nuestro flujo comercial con EEUU es solo un 10% mayor que el que ostenta ese país asiático. De acuerdo al modelo gravitacional, nuestro flujo comercial con EEUU puede superar al japonés en por lo menos un 100%. Esto indica que no estamos aprovechando al máximo nuestras capacidades de productivas actuales y no estamos cultivando apropiadamente las potenciales.

Tenemos las oportunidades literalmente a las puertas de nuestra región. Para aprovecharlas no necesitamos desafiar la gravedad, sino utilizarla inteligentemente a nuestro favor. No dando saltos al vacío, sino originando los ríos de nuestras economías en las partes altas donde se aprovechan al máximo las ventajas comparativas y competitivas de nuestro aparato productivo. En un mismo respiro, desde esas partes altas y a través del recorrido, debemos garantizar la libre operación de estructuras de mercado que canalicen el fluir de la producción por medio de cadenas de valor altamente integradas. Estas, ultimadamente, deben redundar en la efectiva comercialización y monetización de los bienes y servicios producidos en beneficio de nuestros pueblos que tanto han sufrido, no por necesidad necesariamente, sino por hurto y descuido en el ámbito administrativo.

 

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