220px Sor Juana Ines de la Cruz Juan de MirandaCavilando sobre su actual estado mira a través de la ventana.  Divisa, a lo lejos y a lo cerca, personas, lugares y circunstancias del pasado que son la voz de su presente y el eco de su futuro. Las manecillas del reloj conjugan sus tiempos en relación de causa y efecto dejando atrás con desafecto a la causa sin causa de su mortal existencia; la razón de ser de su eterna quintaesencia. Concomitantemente, dichas manecillas arrastran las mentiras de una verdad adulterada por una vida desenfrenada, de inseguridad colmada a pesar de haber sido para glorias destinada.

Ventana digna de culpa la que lo llevó a exculparse y  culpar a aquel, aquella o aquello que sucedió en el pretérito pluscuamimperfecto de su niñez, juventud y adultez.  Ahora el viejo, en su vejez, señala, a través de la ventana, a fulana quien fue la culpable de que mengana lo dejara.

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Ante esto,  Sor Juana, desde el cielo, lo interpela, diciendo “‘hombres necios que acusáis a la mujer sin razón sin saber que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Solapando con versos su vergüenza, el viejo le contesta: “En perseguirme, Juana, ¿qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento culpar a otros por mis vilezas? No te metas en lo que no te interesa o ¿serás acaso tú la Madre Teresa?”

Fue desde aquella etapa prístina de tiempo y espacio que se forjó, despacio, aquel espacio de rencor en el mismo centro de su corazón; espacio que creció y sigue creciendo al pasar de los años; espacio que crece a ritmo acelerado el día de su cumpleaños. 

En ese espacio fue el padre que dio el primer picazo cuando el hijo le preguntó por qué había llegado tarde a su fiesta de cumpleaños. A lo que el padre, con desafecto y sin felicitarlo, le replicó, como lo había hecho antes, diciendo: “Es culpa de tu madre el que haya llegado tarde de manera que no tengo que disculparme. Bye, mi hijo, nada más vine por mis cosas. Adiós, ya se me hace tarde  para . . . bueno,  no te tengo que dar explicaciones. Ve donde tu madre; celebra con tu madre. Adiós”.

Así el niño, que hoy es viejo, se fue familiarizando cada vez más con las excusas y se hizo un experto en el arte y la ciencia de justificar lo injustificable y tildar a otros de culpables.  Hoy ejerce su pericia desde la ventana señalando con el dedo. Ignora el espejo; ignora la oportunidad transformadora de verse a sí mismo y tomar las riendas de su destino a través del análisis introspectivo de la razón que sana el corazón y libera el alma. 

Muchos, como el niño que hoy es viejo, se pasan la vida señalando por la ventana hasta que un día no ven ni a lo lejos ni a lo cerca, las personas, lugares y circunstancias pasadas.  En la ausencia de cosas y personas a quien culpar se ven compelidos a reflexionar. Algunos, como el viejo, ignoran el espejo y confunden la pistola con el dedo acusador. Al hacerlo se señalan y después . . .  se matan.

Otros, sabios, toman el espejo, dejan las excusas,  y toman la vida como musa para servir, amar y echar a un lado el culpar.

Amigo lector, ¿ve usted hoy a través de ventanas que lo llevan a conclusiones viles, inmorales, mentirosas e injustificadas? No vague más por esas sendas y quítese las vendas que lo hacen ciego al espejo de la verdad; la única verdad; la verdad capaz de darle libertad y plena felicidad.  

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Reproduce vídeo "Versos de Sor Juana":

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