Jonathan D'OleoVivimos en la era de lo relativo donde nada es absoluto. Habitamos en espacios sociales donde no hay tolerancia para la intolerancia. Las reglas a seguir no son simples y llanas; son  diversas, en ocasiones tergiversas, a veces vanas e insolentemente profanas. La única regla es que no existen reglas. Simplemente las personas son como son en su estado natural y no requieren de arreglo para mejorar su desempeño.

 

Suena un poco como la sociedad visualizada por Alduos Huxley en su novela “Un mundo feliz”. Pero la verdad es que vivimos en un mundo donde la felicidad no es necesariamente un derecho inalienable, para muchos, de hecho, parece ser algo inalcanzable.

A pesar de las corrientes utópicas de origen liberal que parecen dominar el espacio social, en el ser humano reina un vacío imposible de llenar con ideas inconsecuentes disfrazadas de benevolentes. Pues, qué significa la “no-tolerancia a la intolerancia” o la premisa de que “todo es relativo y no hay nada absoluto en lo absoluto”.

Tanto lo primero como lo segundo se contradice ya que ambas proposiciones se construyen sobre la base de lo que intentan refutar. La primera hace un llamado a no tolerar la intolerancia sin darse cuenta que al hacerlo fomenta la intolerancia en toda su plenitud. Por otro lado, la segunda proposición es netamente incoherente ya que si “todo es relativo y nada es absoluto” entonces la premisa en sí no es absoluta y su postulado es ilógico y absolutamente absurdo.

Mientras estas ideas discordantes permean en el cuerpo societario, en el ser humano existe un anhelo inefable de construir su vida sobre conceptos que concuerden con explicaciones inteligentes sobre el origen de las gentes, el significado de significar, y la razón de ser del hombre desde su concepción en el vientre hasta su muerte  . . .  y lo que sucede subsiguientemente.

Existen teorías que dicen que la vida surgió de repente cuando un rayo de luz descendió de los cielos e impactó una sopa cósmica hace miles de millones de años.  En la tradición Cristiana se cree en el poder creador de las palabras: “Dios dijo y fue hecho; Él mandó y existió”. En cambio la escuela darwiniana establece que la vida surgió básicamente de la nada.

La cosmovisión darwinista  no contempla la posibilidad de un Creador como autor inteligente de la creación. El mundo y todo lo que en el se encuentra es fruto de una mera coincidencia, de la conjugación aleatoria de fuerzas exógenas desconocidas que través del tiempo dieron origen a la vida de forma evolutiva. Charles Darwin lo describe como “el proceso mediante el cual a partir de una especie se originan otras diferentes seleccionadas naturalmente”.

Esta aseveración se basa en la observación sistemática de los seres vivos y cómo los mismos interactúan entre ellos y el entorno que los rodea. Dada la capacidad limitada que tenemos los seres humanos para observar, analizar y explicar la infinidad del universo y todo lo que ha sucedido en el mismo, la teoría de la evolución y sus postulados se sustentan sobre conjeturas (muchas de ellas inconclusas) y, en ocasiones, se derivan de especulaciones no-científicas que en efecto idiotizan a la raza humana.

No obstante el hecho de que la teoría de la evolución no es un hecho final y firme muchos la toman como tal y construyen sobre ella leyes de carácter institucional superficialmente benevolentes, pero subyacentemente carentes de principios que respeten la vida como un regalo preciado y derecho inalienable. Por el contrario, la visión de mundo darwinista le adjudica valor a la vida de acuerdo a la opinión de movimientos populares y poderes institucionales que abogan “por salvar la flora y matar a niños” aun siendo estos propiamente concebidos y con latidos que por medio del aborto son a diario extinguidos.

Si de la nada provenimos entonces la vida no vale nada y la brevedad de la misma se consume en un hedonismo puro y simple. La identidad humana es imagen y semejanza de un conjunto de adaptaciones circunstanciales y no de una conciencia moral y ética ejercitada o atrofiada dentro de un cuadro volitivo de libre albedrío.

Es difícil, sin embargo, dar por sentada esta teoría cuando vemos a un niño nacer, un amor renacer, un árbol reverdecer y un hombre fuerte envejecer. Todo esto, más bien, parece indicar que existe una “Causa sin causa” que va más allá del trinomio materia-espacio-tiempo que infundió en nosotros de la vida el aliento cual amor fecundo da a luz a un nuevo ser único entre miles de millones que, a su vez, son únicos también así como todos en nuestra diversidad conformamos la unidad del todo que llamamos cosmos y dentro del cual nos corresponde a cada uno descubrir nuestra razón de ser.

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