JonathanDOleoPuigEl emprendimiento se caracteriza por ser un proceso creativo-destructivo donde “lo que no crece desaparece”. Así lo comprueban las mujeres cuando se encaraman en los zapatos altos de plataforma que causan callos en los dedos y dolores en varias partes del cuerpo.

“Para lucir hay que sufrir” dicen ellas a medida que su belleza destellan y de corazones se adueñan. Y de más está decir que en el discurrir empresarial ocurre algo similar. Las empresas se encaraman en vallas publicitarias, en aviones que vuelan con letreros sobre concurridas playas; se plasman en la ropa, nos salen en la sopa y cuando están en boca de la doña ya su marca va viento en popa.

Viniendo la demanda de la boca de quien manda, al hombre no le queda de otra que hacer lo que diga la doña y eso lo saben las empresas que con sutileza salen a cazar su presa. De esas empresas las más sabias no tienen la mira en el bolsillo, sino en la mente y en el corazón. Allí nos crean una necesidad urgente; necesidad que sólo sus productos y servicios pueden satisfacer. Entonces el pueblo los sale a comprar y la empresa empieza a crecer.

Y he ahí la relevancia comercial de estar “en boca de la doña”. Mas, para llegar ahí hay que invertir no solamente en ser visible, sino más bien en ser creíble. Pues el éxito empresarial va más allá de la popularidad y se basa en la responsabilidad que se evidencia en la calidad del producto o servicio que se ofrece.

Cabe señalar que calidad es, como me compartió una vez un colega inglés, la capacidad que tenemos de llenar y sobrepasar las expectativas de nuestros clientes ahora y en el futuro. De modo que un empresario que abraza este concepto de calidad entiende que el crecimiento sostenible de su emprendimiento no es una cuestión transaccional, sino relacional. En otras palabras, el crecimiento no se cimienta sobre el signo de dinero, sino sobre la base de una visión empresarial de carácter integral.

Por lo tanto, cultivemos relaciones para toda la vida con nuestros clientes y colaboradores. Y esto, cómo lo hacemos. Entre otras cosas, prometiendo menos y haciendo más. Si abordamos los negocios en ese orden nuestros clientes estarán, a final de cuentas, más que satisfechos y no vacilarán en seguir dándonos sus pesos. Si lo hacemos a la inversa, prometiendo más y haciendo menos, terminarán decepcionados y se llevarán sus dineros a otros lados.

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