
La semana pasada tuve la oportunidad de visitar la Mitad del Mundo en Quito, Ecuador. Fue una experiencia fascinante. Cabe señalar que si bien es cierto que la mitad del mundo en sí no está en aquel lugar, sino a unos 240 kilómetros al norte de este, pararme a cada lado de la línea equinoccial representó para mi un momento muy especial.
Curiosamente todos y cada uno de nosotros, sin excepción, en algunas instancias de nuestras vidas, nos hemos sentido, creído o al menos hemos querido ser el centro de todo. Una visita a este lugar nos despierta a la realidad de que el centro (o la mitad en este caso) no es necesariamente una cuestión de ser, sino de estar. Por más que uno se crea ser el centro lo cierto es que el centro es un ente o sitio independiente e inamovible y por ende es preciso vayamos a el si queremos estar en el. Por muy importantes que nos creamos, a final de cuentas tenemos que supeditarnos a la realidad de que existe una verdad más allá de nosotros y si queremos ser exitosos debemos conocerla y obedecerla. Ignorarla es una opción, pero las consecuencias de esa decisión son confusión y una descomunal desorientación que puede resultar en una irredimible perdición.
La buena noticia es que la Verdad que nos aclara la mente y nos orienta poniendo nuestra vida en los rieles de los fieles no está en un lugar físico al cual tenemos que ir, sino que es una persona que ya vino a nosotros; es el Verbo que en aquella primera Navidad se hizo carne y habitó entre nosotros. Verbo que después de haber pagado el precio para limpiarnos de nuestros pecados en la cruz del Calvario, ascendió a los cielos y hoy está sentado a la diestra del Dios del universo intercediendo a nuestro favor con aquel amor que echa fuera el temor.
Por lo tanto no perdamos el tiempo tratando de ser el centro. Por mucho que creamos, queramos y nos sintamos que lo somos tarde o temprano nos daremos cuenta lo que revela nuestra esencia; que somos polvo y al mismo volveremos; que somos pecaminosos y si no nos arrepentimos de nuestros vanos oficios moriremos no nada más físicamente, sino también espiritualmente a causa de nuestros vicios.
Empecé este breve escrito queriendo escribir sobre mi experiencia en Quito, pero aquí termino hablando de algo más relevante y fascinante que la Mitad del Mundo; hablo del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.