Philly Thinker

 

La primera mitad de Proverbios 1:7 dice que “el principio de la sabiduría es el temor de Dios”. ¿Qué significa esto? ¿Que debemos tenerle miedo a Dios para empezar a ser sabios? ¿Y si el temor de Dios es el principio de la sabiduría qué antecede ese principio? ¿Qué le sucede?

En primer orden, entiendo que la palabra temor en el contexto que nos provee Salomón en el libro de Proverbios no quiere decir miedo como el que uno siente al entrar en un lugar oscuro y desconocido. Temor en esta instancia quiere decir, más bien, respeto, reverencia, admiración sumisión y obediencia. Temor como el que uno siente al saber lo que desconoce; al entender la insignificancia de lo que somos en relación a la infinita grandeza del que nos creó y aliento de vida nos dio.

Al escudriñar este versículo me vienen rápidamente a la mente dos célebres máximas socráticas: “conócete a ti mismo” y “solo sé que nada sé”. Tener temor de Dios es, en cierto grado, precisamente eso. Entender que somos polvo y al polvo retornaremos. Comprender la finitud de nuestro entendimiento y buscar entender lo que trasciende nuestra capacidad a través de una relación personal con el Padre celestial. Una relación de amor y fe. Amor por su presencia, aprobación y benevolencia. Fe y dependencia en su palabra, sus promesas y su divina providencia.

Ese es el punto de partida de la sabiduría. Lo que antecede ese comienzo es ignorancia, orgullo, temeridad e insensatez. En ese estado, desconociendo lo que desconocemos, nos atrevemos a hacer lo que no debemos. No conociendo y reconociendo nuestras faltas y limitaciones nos creemos dueños y señores cuando en realidad somos torpes y pecadores.

El despertar a la realidad de la verdad suele tomar lugar a medida que el ser humano sufre las consecuencias del pecado. Bajo esas circunstancias el corazón tiende a estar más blando y receptivo a la palabra que llama al arrepentimiento y al reconocimiento del mal que habita en nuestros miembros.

En otras ocasiones, el despertar ocurre como resultado de una búsqueda intencional y sincera de la verdad. Búsqueda que culmina y se reanuda de una manera más profunda cuando reconocemos que no hay nada que podamos hacer para la gracia y el amor de Dios merecer; búsqueda que nos reviste de humildad y agradecimiento cuando entendemos que Él nos llamó a ser sabios y esa es la única razón por la cual podemos llegar a temerle y, consecuentemente, vivir sabiamente. Todo porque Él, en su soberanía, nos eligió, no por mérito, sino por amor.

Después de parcialmente describir el abismo infinito que antecede el principio de la sabiduría y cómo Dios le pone fin a esa triste realidad en nuestras vidas, lo que se materializa a partir de ese principio es un crecimiento sin límites. Sin límites por la sencilla razón de que se construye en función de nuestra relación con el Creador omnipotente, omnisciente y omnipresente; Dios cuya misericordia es desde la eternidad y hasta la eternidad para los que le temen.

Entonces cultivemos dicha relación con constancia y empeño. Teniéndola como la más sagrada prioridad de nuestros días. Solo así podremos emprender la vida con significado y sabiduría. Con Él y en Él. El antes y el después. El que puso al derecho lo que en nuestra vida estaba al revés. El Supremo Ser que vino a la Tierra y volverá otra vez.